A pesar de los desafíos que enfrentaba, Elara estaba decidida a crear un ambiente estable y amoroso para sus hijos. Su hogar era un lugar de risas y calidez, lleno del confort del amor. “No tenemos mucho, pero nos tenemos el uno al otro”, decía, con el corazón henchido de orgullo al verlos crecer.

Sus hijos siempre supieron que eran amados y apoyados. Elara trabajaba incansablemente para mantener esa sensación de hogar, asegurándose de que nunca sintieran la ausencia de su padre. Incluso en los momentos más difíciles, se aseguraba de que sus hijos estuvieran rodeados de un profundo sentido de pertenencia y seguridad.

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