Los trillizos crecieron, y cada uno demostró tener talentos excepcionales. Uno sobresalía en los estudios, otro era un crack en los deportes, y el tercero tenía un don natural para la música. Sus logros no pasaron desapercibidos.


“Tus hijos son la leche,” decían los vecinos, con admiración genuina. La comunidad local empezó a reconocer a Elara y a sus hijos. Su resiliencia y habilidades se convirtieron en un símbolo de esperanza. Aunque las dificultades que enfrentaron no habían desaparecido, la admiración que recibían resaltaba lo mucho que habían avanzado.

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