Suplicando una respuesta
El oficial hizo un gesto hacia la salida. “Por favor, sígame al coche”, dijo, con una calma que solo ponía más ansiosa a Melissa. Ella se quedó paralizada, sin querer moverse. “Al menos dígame por qué. ¿Qué cree que he hecho? ¡Nunca he tenido ni una multa por exceso de velocidad!” Su voz se quebró con una mezcla de miedo y frustración, sus manos temblaban ligeramente a los costados.
Su mente corría con posibilidades, pero ninguna tenía sentido. Tenía que haber algún error —era una ciudadana respetuosa de la ley, no alguien que terminaría en una situación como esta. Pero a pesar de lo segura que estaba de su inocencia, algo muy dentro le decía que esto era más serio que un simple malentendido. Y, desafortunadamente, esa corazonada era correcta.
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