Persiguiendo lo Desconocido


Antes de que pudiera siquiera recuperar el aliento, Alan se volvió hacia mí con un brillo en los ojos. “¿Qué tal un parque de atracciones ahora?”, preguntó, como si no acabáramos de terminar un entrenamiento intenso. Estuve tentado a decir que no por puro agotamiento, pero su entusiasmo era imposible de resistir. Había una chispa en su voz —una especie de alegría intrépida— que hacía que la idea pareciera una aventura irresistible.

Con una risa y un movimiento de cabeza, acepté. Salimos de nuevo, persiguiendo otra emoción inesperada. La audacia de Alan tenía este efecto mágico: me sacaba de mi zona de confort y convertía cada decisión espontánea en algo emocionante. Ya no era solo una cuidadora o una espectadora. Me había convertido en su compañera en este torbellino de exploración. Cada nuevo giro me hacía darme cuenta: este viaje no era solo sobre el cambio de Alan. También me estaba transformando a mí.

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