A la altura de las circunstancias


Desde el momento en que comenzó el partido, Alan acaparó todas las miradas. Se movía por el campo con una energía precisa y potente, reaccionando con velocidad y realizando jugadas inteligentes y estratégicas. Los espectadores rápidamente centraron su atención en él. “¿Viste eso?”, gritó alguien desde las gradas, haciéndose eco de mis propios pensamientos. No solo era bueno, era fenomenal, y nadie lo había esperado.

Cada vez que Alan hacía un pase o esquivaba a un oponente, la multitud se volvía más ruidosa. Era como si toda su incredulidad estuviera siendo reescrita, jugada a jugada. Me quedé allí mirando, en parte asombrado, en parte emocionado. Esto era más que un simple partido; era una declaración. Alan se había transformado por completo, no solo en cuerpo, sino en espíritu, y estaba mostrándole al mundo que ninguna etiqueta, ninguna condición pasada, podía definirlo ya. Este era Alan desatado, y era magnífico.

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