La Gloria de la Victoria


Cuando sonó el silbato final, no solo marcó el final de un partido, sino el comienzo de una celebración. El equipo de Alan estalló en vítores, los jugadores se agolparon a su alrededor con choques de manos y gritos triunfantes. Su alegría era contagiosa, e incluso aquellos que acababan de conocerlo lo trataron como a un compañero de equipo experimentado. “¡Lo has bordado ahí fuera!”, exclamó un jugador, dando palmadas a Alan en la espalda mientras los confeti caían en celebración.

En medio del caos de los vítores posteriores al partido, Alan lucía una sonrisa modesta, del tipo que decía que no estaba haciendo esto por llamar la atención, sino porque podía. La victoria fue más que una simple victoria en el marcador; fue simbólica. Para Alan, fue la prueba de que su cuerpo y su mente estaban alineados de nuevo. Para la multitud, fue una actuación que no olvidarían. Ese partido había consolidado a Alan no solo como un jugador, sino como un fenómeno digno de seguir.

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