Lo que susurró Bill

Bill, un experimentado jinete que había recorrido más millas de las que la mayoría había vivido, me dio un suave codazo. Su voz, baja y firme, transmitía un toque de cautela. “Solo observemos y veamos cómo se desarrolla esto”, dijo, entrecerrando ligeramente los ojos mientras escudriñaba la escena. Había algo en su tono que sugería que sabía más de lo que decía, y eso me intrigó. A lo largo de los años, había aprendido a confiar en el juicio de Bill, habiendo presenciado su sabiduría y su agudo instinto en acción una y otra vez.

Las risas a nuestro alrededor continuaron, fuertes y desenfrenadas, pero las palabras de Bill persistieron en mi mente, un discreto recordatorio de su cautela. Había una sensación extraña en el aire, como la calma antes de una tormenta. Algo se estaba gestando, y aunque todos parecían ajenos a ello, los dos alborotadores en la esquina eran los únicos que ignoraban el inminente cambio. Era como si fueran los únicos que no podían percibir el cambio inevitable que se avecinaba.

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